“Era más blanda que el agua, que el agua blanda, era más
fresca que el río, naranjo en flor”, se oía recitar a Vitalino Suárez, un
vagabundo, de no más de 65 años, desprolijo, con una cabellera que le tocaba
los hombros color gris, en la parada del colectivo más cercana a la estación
del tres. El curita, como muchos lo recuerda llegó a Estación Chapadmalal con
su padre y un hermano, de adolescente y se instalaron en las cercanías de la
vieja escuela. “Vitalino siempre fue un chico raro”, comenta Cristina, la
esposa del Secretario del club. “Dicen que cuando era chico, salía de su casa
en bicicleta hacía la escuela cuando llegaba, se volvía y la guardaba en su
casa y aparecía caminando”, agrega. Los ataques de locura, que a medida que fue
pasando el tiempo aumentaron, muchos los recuerdan con gracia es que nadie duda
que Vitalino fuera una persona de valores, educada y con una capacidad
superior, era autodidacta. Los primeros trabajos que realizó fueron como
yesero, hizo labores en muchas casas de la zona, pero como el poder adquisitivo
del lugar era bajo tuvo que cambiar de rubro. Su segundo trabajo fue como
zapatero, en éste le fue un poco mejor, pero su salud mental lo tenía cada vez
más comprometido. Su padre lo llevó a Capital Federal para internarlo en un
neuropsiquiátrico, viajaron juntos en tren, cuando regreso lo encontró al
Curita en su casa, había llegado antes haciendo dedo, pero como no era agresivo
decidieron no volver a intentarlo. “Esa no fue la única vez que conoció la
capital”, cuenta el vicepresidente del club con una sonrisa, es que él lo llevó
una tarde a comparar un pasaje de tren para la gran ciudad porque Vitalino
quería hacer un reclamo en el Banco Central de la Nación Argentina, su apellido
aparecía en un billete y él no lo había autorizado. “Hoy que la suerte quiere
que te vuelva a ver, cuidad porteña de mi único querer, y oigo la queja de un
bandoneón, dentro del pecho pide rienda el corazón”
A medida que fue arreglando zapatos hizo dinero, comenzó a
construir una capilla de piedra, que aún hoy sigue en pie a medio hacer, tiene
un gran sótano donde se encerraba para estudiar, esta vez su objetivo era ser
el sacerdote del pueblo. “Tu emoción de ladrillo feliz, sobre mi callejón, con
un borrón, pintó la esquina”. Pasaba horas y horas allí, estudiando filosofía y
teoría, pero al curita lo que más le gustaba leer era la Biblia, la llevaba en
su bolsillo derecho y la abría en cualquier lugar. Se lo veía siempre en misa,
aunque nunca participaba de ella, sólo iba a ocupar el banco y a veces se lo
escuchaba rezongar cuando los chicos de catequesis cantaban. En eso si que él
no era especialista, se llevaba muy mal con los chicos, es que muchos de ellos
bromeaban al decir mal su nombre y provocaban una larga lista de insultos. La
salud de Vitalino empeoró y ese sueño no lo alcanzaría nunca. Y es que desde
ese entonces lo único que le preocuparía era pelear con los perros del barrio,
para robarles un hueso o subir al colectivo para sentarse en un asiento doble
con una pila de diarios viejos y leerlos hasta que el recorrido termine, de vez
en cuando volvía a ser el Vitalino que todos recuerdan con afecto, cuando discutía
con quienes no le daban el asiento a mujeres embarazadas. “Nostalgias de las
cosas que han pasado, arena que la vida se llevó pesadumbre de barrios que han
cambiado y amargura del sueño que murió”
Nunca se le conoció ninguna mujer en su vida, ni siquiera su
madre, más que una vecina que lo adopto y quien le dio la tarea de cuidar a un
par de chanchos que tenía en el fondo de su casa, así el vagabundo consiguió
comida y hogar. Marta se ocupo de que no le faltara nada, aunque al curita se
le habían pegado las mañas de la calle “tu casa, tu vereda y el zanjón, y el
perfume de yuyos y de alfalfa que me llenan de nuevo el corazón”. Andaba
rodeado siempre de tres o cuatro perros y se paraba en la puerta de la fábrica
de ladrillos para pedirles a los empleados algún cigarrillo.
Una mañana de invierno un auto lo atropello en la calle
principal y no le dio tiempo a recuperarse. Por qué el vagabundo curita era tan
querido, nadie lo sabe quizás logro contagiar su linda locura, pero la realidad
es que a pesar de hacer ocho años que no está entre nosotros, una foto de él
cuelga en la caja del almacén del barrio y la cancha del único club lleva su
nombre. “Y en esa calle de estío, calle perdida, dejó un pedazo de vida y se
marchó”
1
de Noviembre del 2010
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