Visitaba a su abuela todas las tardes,
tomaban la leche, era su nieto preferido y ella lo esperaba siempre.
Ambos
se sentaban a la mesa y ella comenzaba a caminar, iba y venía desde la
heladera. Preparaba todos los días varios platos. Ponía ñoquis, mermeladas,
panes, postres, frutas, verduras. Una lluvia de comida sin distinción de qué
era para la tarde y qué no.
Un
desequilibrio de lo importante, una locura de demostración. ¿De afecto?,
pregunté una vez que compartí con ambos la mesa.
Tu
abuela que te quiere mucho prepara todo esto para demostrar amor, le dije.
No,
mi abuela saca las cosas que prepara con amor, respondió.
Después
de un tiempo me encontré con el nieto en el taller, la abuela ya no vivía y yo
pensaba si él seguiría haciendo los rituales de la merienda sin ella.
¿Qué
le estás por arreglar al auto?, le pregunté para matar el tiempo.
Nada,
vine a que le cambien el caño de escape por uno que suena más, a que le corten
los amortiguadores para que quede bajo y agregarle unas luces que salieron
nuevas y se ven blancas.
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